martes, 26 de mayo de 2009

El Autentico Amor


Moisés Mendelssohn, el abuelo del conocido compositor alemán, estaba lejos de
ser un hombre guapo. Además de ser bajo, tenía una grotesca joroba.
Un día visitó a un comerciante de Hamburgo que tenía una hija
encantadora llamada Frumtje. Moisés se enamoró desesperadamente de ella,
pero a Frumtje le repugnaba su aspecto deforme.
Cuando llegó el momento de irse, Moisés reunió todo su valor para subir
las escaleras hasta la habitación de ella y tener una última oportunidad de
hablarle. Aunque ella era una visión de celestial belleza, a él le causó profunda
tristeza que se negara a mirarlo. Después de varios intentos de entablar
conversación, le preguntó tímidamente si ella creía que los matrimonios se hacen en el cielo.
—Sí —respondió ella, sin dejar de mirar al suelo—. ¿Y vos?
—Sí, también lo creo —fue la respuesta. Y continuó—: Fijaos que en el cielo,
en el momento del nacimiento de un niño, el Señor anuncia con qué niña se ha
de casar. Cuando yo nací, me mostraron a mi futura esposa, pero el Señor
añadió—: Pero tu mujer será jorobada. En ese mismo momento, clamé: «Oh,
señor, una mujer jorobada sería una tragedia. Os ruego que me deis a mí la
joroba y preservéis su belleza».
Entonces, Frumtje lo miró a los ojos y se sintió conmovida por un profundo
recuerdo. Le ofreció su mano a Mendelssohn y con el tiempo llegó a ser su
dedicada esposa.

lunes, 11 de mayo de 2009

Realmente Importa quien eres


Una maestra neoyorquina decidió homenajear a cada uno de sus alumnos del último curso de bachillerato diciéndoles lo importantes que eran. Se valió de un procedimiento ideado por Hélice Bridges de Del Mar,

California, y fue llamando a la pizarra, uno a uno, a todos los estudiantes. Primero fue diciendo a cada uno
por qué él (o ella) era importante tanto para la maestra como para la clase. Después les fue dando una cinta azul
que llevaba impreso, en letras doradas, el texto siguiente: «Sí que importa quién soy».

Después decidió investigar qué tipo de influencia tendría el hecho del reconocimiento sobre una comunidad. Dio a cada uno de sus alumnos tres
cintas más y les encargó que difundieran en su medio esta ceremonia de reconocimiento. Luego debían hacer un seguimiento de los resultados, ver
quién reconocía los méritos de quién y, al cabo de una semana, presentar un
informe a la clase.

Uno de los chicos de la clase fue a visitar a un joven ejecutivo, para
reconocer la ayuda que éste le había prestado en la planificación de su carrera.
Le dio una cinta azul y se la prendió en la camisa. Después le entregó dos cintas más, diciéndole:
—En clase estamos realizando un proyecto de investigación sobre el
reconocimiento y nos gustaría que usted también encontrase a alguien
merecedor de este honor, le diera una cinta azul y otra para que esa persona, a su vez, pueda reconocer a una tercera persona y así mantener en marcha esta ceremonia. Le ruego que después me informe de lo que suceda.
El mismo día, el joven ejecutivo fue a ver a su jefe que, en honor a la
verdad, siempre se había caracterizado por ser bastante gruñón y le dijo que lo
admiraba profundamente por su creatividad. El jefe pareció sorprendidísimo, más aún cuando su colaborador le preguntó si aceptaría que le entregara la cinta azul y le permitiría que se la prendiera.

—Bueno... sí, claro —balbuceó el atónito jefe. El joven ejecutivo se la colocó en el pecho, sobre el corazón, y finalmente le dio la otra cinta, preguntándole:
—¿Me haría usted el favor de aceptar esa cinta y ofrecérsela a alguien que
la merezca? El chico que me las dio está haciendo un proyecto escolar y
queremos que esta ceremonia de reconocimiento continúe, para ver de qué manera afecta a la gente.

Esa noche, cuando el jefe regresó a casa, llamó a su hijo de catorce años y,
tras indicarle que se sentara, le dijo:
—Hoy me pasó algo de lo más increíble. Estaba en mi despacho cuando uno de los ejecutivos vino a decirme que me admiraba y me dio una cinta azul por mi creatividad. ¡Imagínate, piensa que soy un genio creativo! Después me puso en la solapa esta cinta azul que dice «Sí que importa quién soy» y me dio otra pidiéndome que se la diera a alguien que a mi juicio la merezca. Esta noche, mientras volvía a casa, me puse a buscar a alguien cuyos méritos quisiera reconocer y me acordé de ti. Eres tú quien se merece este reconocimiento.

»Mi vida es realmente un acoso, y cuando vuelvo a casa no te presto mucha atención. A veces te grito por no traer notas suficientemente buenas de la escuela, pero no sé bien por qué, esta noche quería sentarme aquí contigo y...bueno, decirte simplemente que me importas. Además de tu madre, tú eres la persona más importante que hay en mi vida. ¡Eres un chico estupendo y te quiero muchísimo!
El sorprendido muchacho empezó a sollozar, y no podía dejar de llorar. Le
temblaba todo el cuerpo. Levantó los ojos hacia su padre y le dijo, entre
lágrimas:
—Papá, estaba pensando en suicidarme esta noche, creyendo que tú no me
querías, ¡pero ahora ya no es necesario!

Helice Bridges

miércoles, 6 de mayo de 2009

El Amor, la unica Fuerza Creativa


Un profesor universitario quiso que los alumnos de su clase
de sociología se adentrasen en los suburbios de Boston para
conseguir las historias de doscientos jóvenes. A los alumnos
se les pidió que ofrecieran una evaluación
del futuro de cada entrevistado.

En todos los casos los estudiantes escribieron:
«Sin la menor probabilidad». Veinticinco años después,
otro profesor de sociología dio casualmente con el estudio
anterior y encargó a sus alumnos un seguimiento del proyecto,
para ver qué había sucedido con aquellos chicos. Con la excepción
de veinte individuos, que se habían mudado o habían muerto, los
estudiantes descubrieron que 176 de los 180 restantes habían
alcanzado éxitos superiores a la media como abogados, médicos
y hombres de negocios.
El profesor se quedó atónito y decidió continuar el estudio.

Afortunadamente, todas aquellas personas vivían en la zona
y fue posible preguntarles a cada una cómo explicaban su éxito.
En todos los casos, la respuesta, muy sentida, fue: «Tuve una maestra».

La maestra aún vivía, y el profesor buscó a la todavía
despierta anciana para preguntarle de qué fórmula mágica
se había valido para salvar a aquellos chicos de la sordidez
del suburbio y guiarlos hacia el éxito.
—En realidad es muy simple —fue su respuesta—. Yo los amaba.

Eric Butterworth

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